Era de noche, la luna estaba llena y su luz impregnaba todo el bosque con debilidad, iluminando en un tono blanquecino la tierra húmeda donde no hace mucho el agua había descansado producida por la fuerte tormenta de esa tarde. Los árboles y sus ramas parecían jugar a enredarse porque el paso entre ellos cada vez era más difícil y que ella fuera descalza no ayudaba. Su vestido de un tono blanco roto y vaporoso ya estaba manchado de tierra, pero ella no parecía percibirlo o más bien, no le importaba lo más mínimo. Tenía los pálidos brazos llenos de cortes que las ramas que apartaba producían con dolor, pero no tanto como para sacarla de sus pensamientos en los que se encontraba pérdida en la oscuridad. Su pelo parecía de color marfil a la luz de la luna, y llegándole a la cintura no paraba de enredarse y engancharse en cualquier cosa que por su lado pasara. Bajo sus pies percibía cada hoja, cada rama rota, cada diminuta piedra que por mucho que se le clavara no le hacían cesar el paso. El bosque parecía oprimirla y le faltaba el aire, los búhos desde su cobijo parecían burlarse de la imagen tan demacrada que tenía. Tenía los pies negros, las uñas escondidas bajo una capa de mugre, los hoyuelos por donde las lágrima se habían deslizado manchados de tierra al pasar los dedos con un intento de cesar y secar las lágrimas. Por fin cuando llegó más allá del bosque, al valle que se escondía detrás, los recuerdos volvieron a su memoria.
El cogiéndola en brazos, dando vueltas frenéticas abrazados mientras el sol de primavera bañaba los bosques y el prado de un verde casi paradisiaco. Se recordó acariciando sus labios con ternura acostados sobre la hierba. La imagen del valle sumergida bajo una luz blanquecina le hizo darse cuenta de cuan lejos estaban ya aquellos momentos y cayó de rodillas cuando el frío se apoderó de ella. Se levanto con pesadez tras unos minutos en los que creía no haber estado viva, donde creía haber salido de ese mundo. Arrastró los pies entre altas hierbas mientras su vestido con aire vaporoso la hacía parecer un ángel entre tanta oscuridad. Se recostó en la hierba, notó como el vestido empezaba a empaparse y como su piel empezaba a herlarse lentamente. Ya nada le importaba, nada era capaz de hacerla sentir como él lo había conseguido. Miró la luna, y cerro los ojos. Estiró los brazos y la punta de los pies imaginándose bailando como lo habían hecho. Acarició con delicadeza la superficie de la hierba y pareció envolverse entre el frio viento donde su vaho dejaba constancia de que seguia viva.
Los recuerdos volvieron a ahogarla en un mar de pensamientos del que jamás quiso salir, a los que nunca se atrevió a despedir.