Estaba hecha de vacíos, de huecos incompletos que cada vez crecían con más fuerza. Era como un pájaro sin alas, se arrastraba a los pies de todos los que la rodeaban. Era como una abeja en un otoño permanente, no del todo viva, no del todo muerta, simplemente quieta, esperando.
Lloraba lágrimas secas, gritaba silencios. Nadie la veía, nadie la sentía. Era nadie, nada.