Te volviste a dormir sin recordar mi nombre. Abuela, tu fuiste la chispa que iluminó mi vida. Fuiste la luz en mi oscuridad. Fuiste la sonrisa en los días tristes. Fuiste el sol en los días de lluvia. Fuiste el amor el día que perdí a mis padres, aunque tu te sintieses igual de desecha por dentro a causa de la pérdida de tu hija. Fuiste la solución a cada uno de mis problemas. Te volviste a dormir sin recordar aquellas tardes de octubre, en las que paseando a través de las hojas que se desprendían de los árboles dejando su esencia en el aire, me contabas mil y una historias y anécdotas que conseguían sacarme una sonrisa en los más tristes días. Pero el otoño acabó dejándonos un sabor agrio en la boca para las dos. Fue entonces cuando te detectaron la enfermad más temida, Alzheimer. Vi pasar mi infancia junto a ti a toda velocidad, las lágrimas brotaban descontroladamente de mis ojos. Pero llegaste con toda serenidad, y me abrazaste. Fuiste la mejor madre, la mejor abuela que jamás Dios pudo crear. Me enseñaste a valorar esos pequeños detalles, que a ti, tanto te gustaban. Me hiciste prometer que ninguna lágrima volvería a caer de mis ojos causada por esa maldita enfermedad que aunque tu negabas, te consumía poco a poco por dentro. Recuerdo esa pequeña anécdota que tanto te gustaba y que posiblemente ya ni recuerdes. Recuerdo la luz en tus ojos, esa pequeña chispa que me hacía comprender que eras la persona más sincera y serena que jamás conoceré. Tu corazón ardía amor. Teníamos más cosas en común de las que creíamos. A las dos nos encantaba hablar, pero por encima de todo, escuchar y recordar. Vivir la vida era tu único propósito, y ahora la vida te estaba arrebatando lo que más deseabas.
Me senté a tu lado y acaricié tu mano aún suave, se que prometí que no lloraría, pero estaba siendo tan duro. . . Ver como lentamente te marchitabas me hacía desear dejar este mundo para irme al tuyo. Siento haberte culpado por todo lo que no hice cuando debí. Y ahora estoy herida por haberte herido. Recuerdo el primer día que me preguntaste por mi nombre, me preguntaste: ‘‘¿Cuál es tu nombre, muchacha?’’ con una dulce y tierna sonrisa, como si jamás me hubieses visto. Fue la pregunta más demoledora que jamás me habían hecho porque aunque sabía que ese día llegaría, deseaba por encima de todo que no lo hiciera. Recuerdo el primer día que me gritaste que saliera de tu habitación, que gritaste que una desconocida no debería estar en tu habitación. Veía como poco a poco marchitabas y no podía hacer nada, no podía hacer nada por salvar la vida de la persona más maravillosa que el mundo conocería jamás. Tenía apenas 15 años y la vida me parecía dura y cruel. Lloré por las noches buscando la salvación que jamás encontré. Lloré suplicando algo que jamás llegó. No entendía como la vida, algo que tenía que ser maravilloso me estaba arrebatando lentamente y a sangre fría lo que más había querido. Primero mis padres, y luego mi abuela.
Moví mi mano que seguía posada sobre la tuya, y acaricié suavemente tu pelo cano. Las lágrimas brotaban de mis ojos recordando el día en el que rechazaste mi abrazo porque no me recordabas, la ansiedad que presencié en tus ojos no se parecía en nada, a esa pasión y serenidad que yo conocía. Se que siempre negaste estar mal, aunque solo yo, presencié sin que te dieras cuenta, esa mirada triste y llena de preocupación que lanzaste al infinito poco después de recibir la noticia de que te ibas a morir sin recordar nada. Esa mirada que me lleno de miedo, esa mirada que me lleno de angustia y esa mirada que me lleno de tristeza. . . No quería aceptar que eso pasaría jamás, pero tantas plegarias fueron en vano.
Te diste la vuelta y abriste los ojos. Pensé que estaba en un momento de lucidez provocado por no haber dormido lo suficiente, cuando vi la serenidad y pasión en tu mirada que siempre había conocido. Las lágrimas empezaron a caer descontroladamente sobre tu mano. Y con la voz tan serena y llena de amor que tanto ansiaba y echaba de menos me dijiste: ‘‘ Prometiste que no llorarías, recuérdalo. Querida, nadie quiere morir. Ni si quiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para ir allí. Pero nadie ha escapado de ella y así tiene que ser. La muerte es algo que de forma gradual todos compartimos, así que no pierdas en tiempo viviendo la vida de otros, no dejes que el ruido de las opiniones de los demás ahogue tu voz interior, te quiero ’’ Las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas eran imposibles de controlar, pero de pronto volviste a gritar y la serenidad de tus ojos se esfumó.
Te volviste a dormir sin recordar mi nombre, pero puede, que aunque no me recuerdes, yo nunca de olvidaré. . .
Pd: Es una historia que escribí para un trabajo de clase. Hace tiempo escribí una entrada sobre día del Alzheimer, el titulo de la historia es el mismo que de esa entrada, pero decidí cambiar la historia por completo y alargarla más, al final, quedo esto. Espero que os guste porque de verdad lloré mientras escribía. . .