Tenía 15 años, cuando intenté abandonar el mundo por mi propia voluntad. Era una chica atrapada entre los muros que la adolescencia imponía. Ahogada en suplicas, ahogada en un mar de lágrimas. Mi padre murió cuando tenía 14 años y ni siquiera pude despedirle. No había nada que no hubiera hecho, por oír su voz otra vez. Me sentía desecha por dentro, y no lo quería admitir. Fue duro decirle adios. . . Solo quería desaparecer, volver al pasado. La vida me parecía cruel. No recordaba haberme reído desde entonces. Dejé de sentir dolor. Me hacía daño por fuera para intentar matar lo que tenía por dentro. Sabía que era querer morir, como dolía sonreír. Solían burlarse de mi pelo del color del cobre, del fuego, del infierno. Pero nunca nada salió de mi boca, nunca le conté a nadie lo mucho que sufría, lo mucho que lloraba cada noche sin poder dormir, lo mucho que me odiaba al mirarme al espejo y ver en el ese color rojo. Solo las estrellas vivían conmigo esos momentos. Tenía 15 años, cuando sentada sobre el suelo del cuarto de baño mirando la cuchilla que estaba decidida a deslizar por mi brazo, me acordé de algo que me dijo mi padre una vez: ''Vuelve a mirarte si no puedes más, seguirás siendo el mismo milagro de ternura y egoísmo, triste y alegre, eterno y pasajero. Nunca olvides que no hay nadie como tú'' Dejé cuidadosamente la cuchilla sobre el suelo y me levanté. Me miré al espejo y por primera vez dejé de sentir odio por ese color. Fue cuando comprendí aquella frase que me había perseguido hasta entonces. Comprendí que la vida era algo de debía apreciar y no odiar. Esa fue la primera noche que no lloré.
Hoy soy la persona más afortunada por decir
que un día tuve la oportunidad de abandonar
este mundo, y que no lo hice.
Pd: Quiero que sepáis que para nada soy yo la de la historia. Un beso y ¡Feliz Navidad!